Divulgação/Pixabay
Na última vez que estive no Chile para uma palestra, um cidadão me perguntou porque o Brasil não tem terremotos. Eu poderia dizer o que aprendi na escola: “estamos no meio de uma placa tectônica e isso torna nossa posição bastante estável”. Mas a verdade é que estamos nos movendo bastante por aqui, mas isso ainda não é assunto de interesse da população ou do governo. E isso pode mudar em breve.
O fato é que já tivemos uma grande quantidade de eventos acima dos 6 graus na escala Richter, como no Espírito Santo, em 1955. Vez ou outra temos tremores no estado de Mato Grosso e no Paraná. Mas não temos um hábito de saber o que fazer em caso de tremores. Talvez até mesmo pela proporção deles, que não costumam ser muito destrutivos.
A tarefa de buscar uma correlação entre tremores em longas distâncias é difícil, já que faltam arquivos para civis que queiram se inteirar dos acontecimentos do passado. Dessa forma, é mais complicada a tarefa de encontrar padrões. No caso específico do Brasil, a minha maior dificuldade é o fato dos tremores não estarem em páginas que contabilizam eventos mundiais.
Eventos menores ocorridos em 2017, como em Itaperuçu, na região metropolitana de Curitiba, passaram despercebidos. Dada a ausência da cultura de como lidar com terremotos, mal sabemos para quem ligar. Seria a polícia? Bombeiros? Quem?
Em países como Chile, Peru, Argentina, Equador e tantos outros, por vezes ficamos sabendo de eventos instantaneamente por meio das redes sociais. Logo após o evento, mesmo amedrontadas, as pessoas tem a tranquilidade de relatar localização e percepção dos eventos, e isso pode mudar os sistemas de monitoramento ao redor do mundo. Já há relatos de pessoas que, nos últimos eventos, arriscaram até classificar a magnitude, e chegaram perto da realidade. Isso é cultura sísmica!
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La cultura sísmica en los países que son víctimas frecuentes de terremotos
La última vez que estuve en Chile para una conferencia, un ciudadano me preguntó por qué Brasil no tiene terremotos. Yo podría decir lo que aprendí en la escuela: “estamos en medio de una placa tectónica y eso hace nuestra posición bastante estable”. Pero la verdad es que estamos moviendo bastante por aquí, pero eso todavía no es asunto de interés de la población o del gobierno. Y eso puede cambiar pronto.
El hecho es que ya tuvimos una gran cantidad de eventos por encima de los 6 grados en la escala de Richter, como en el Espíritu Santo, en 1955. Vez u otra tenemos temblores en el estado de Mato Grosso y en el Paraná. Pero no tenemos un hábito de saber qué hacer en caso de temblores. Tal vez incluso por la proporción de ellos, que no suelen ser muy destructivos.
La tarea de buscar una correlación entre temblores en largas distancias es difícil, ya que faltan archivos para civiles que quieran enterarse de los acontecimientos del pasado. De esta forma, es más complicada la tarea de encontrar patrones. En el caso específico de Brasil, mi mayor dificultad es el hecho de que los temblores no están en páginas que contabilizan eventos mundiales.
Los eventos menores ocurridos en 2017, como en Itaperuçu, en la región metropolitana de Curitiba, pasaron desapercibidos. Dada la ausencia de la cultura de cómo lidiar con terremotos, apenas sabemos a quién llamar. ¿Sería la policía? ¿Bomberos? ¿Quién?
En países como Chile, Perú, Argentina, Ecuador y tantos otros, a veces nos enteramos de eventos instantáneamente a través de las redes sociales. Después del evento, incluso amedrentadas, las personas tienen la tranquilidad de informar de la ubicación y la percepción de los eventos, y esto puede cambiar los sistemas de monitoreo alrededor del mundo. Ya hay relatos de personas que, en los últimos acontecimientos, arriesgaron hasta clasificar la magnitud, y llegaron cerca de la realidad. ¡Eso es cultura sísmica!
